Aglaonice de Tesalia, ¿brujería o conocimiento?

«Siempre en el momento de un eclipse de Luna, fingió hechizar y hacerla caer”

Obsolescencia de los oráculos, Plutarco

Tesalia, “tierra de brujas”. Así definieron varios autores a la antigua Aeolia de la Odisea de Homero, ubicada en Grecia. Se decía que sus mujeres pertenecían al culto de Hécate, una divinidad primitiva y polimórfica originaria de Anatolia,  protectora del hogar pero también de la hechicería, los fantasmas y la nigromancia; de hecho, alguna de sus más famosas sacerdotisas mitológicas fueron nombres tan conocidos como Medea, Circe o Erictón.

Ya en el año 423 a.C. encontramos la primera referencia a esas mujeres a la supuesta hazaña de “bajar” la Luna en la obra de Aristóteles Las nubes (línea 749 a la 755), cuando Estrepsíades, acuciado por tener que pagar los intereses de una deuda y carecer del dinero, le comenta a Sócrates que, si pudiera, compraría como esclava a una hechicera de Tesalia para que de noche “bajara” la Luna. Luego encerraría la Luna en una caja redonda, “como se guarda un espejo, y la vigilaría estrechamente”

Es en este contexto cultural, pero ya entre los siglos II y I a.C., en el que nos encontramos la figura de Aglaonice (Ἀγλαονίκη), considerada actualmente como la primera mujer astrónoma de la Antigua Grecia. Aunque no siempre fue así. Lo poco que sabemos de ella, ya que no conservamos su obra de forma directa, nos ha llegado a través de los escritos de otros autores probablemente no contemporáneos. Se la nombra, por ejemplo, en un comentario posterior sobre La argonáutica de Apolo de Rodas, y Plutarco dice de ella en el capítulo Instrucciones para parejas casadas de su obra Moralia “y ha oído que Aglaonice, la hija de Hegétor de Tesalia, por ser experta en eclipses de luna llena y por conocer de antemano el tiempo en que sucede que la luna es obscurecida por la sombra de la tierra, engañaba y convencía a las mujeres de que ella hacía bajar la luna.” También hacen referencia a ella autores tan importantes como Sosifanes (Meleagro), Platón (Gorgias) o Virgilio (Églogas), por nombrar algunos.

De la etimología de su nombre deducimos que más que un nombre atendería más bien a un apodo, ya que en griego se trata de la conjunción de los términos aglaios (luminoso) y niké (victoria), traducible como “victoria de la luz”.

Esto nos da una idea del carácter sobrenatural atribuido a sus conocimientos por sus contemporáneos, explicados por el rol de carácter secundarios que tenía la mujer en la civilización helénica: carecía de ciudadanía y, por lo tanto, del derecho a participar en la vida política; dependía de un kurios, un tutor ya fuera el padre, el marido o un familiar; y era educada expresamente para el matrimonio y la procreación, desarrollando su vida en su mayor parte en el gineceo, la parte de la casa exclusiva para las mujeres.

Con esta idea generalizada en la mente del pueblo, Aglaonice recibiría de la diosa Hécate la capacidad de hacer que el Sol y la Luna se “encendiesen” o se “apagasen” según su voluntad. Obviamente, su supuesto poder mágico se basaba en tener la capacidad y el conocimiento de calcular los eclipses con precisión total. Y, aunque carecemos de pruebas, debido a que el apelativo “brujas de Tesalia” fue extendido a todas las mujeres de la región independientemente de sus facultades de cálculo o mero conocimiento, no es descabellado pensar que Aglaonice pudiera haber transmitido sus conocimientos científicos a otras mujeres que no la verían como una bruja, sino como una maestra. Se trataría, pues, de grandes astrónomas que estudiaron los ciclos lunares y los eclipses, los cuales sabían predecir con gran precisión para la época usando tablillas babilónicas.

Teniendo en cuenta su sabida capacidad para calcular los saros, lo más probable es que adquiriera estos conocimientos durante un viaje a Mesopotamia, lugar donde nacieron las primeras civilizaciones y se desarrollaron los primeros conocimientos avanzados de astronomía, especialmente en Babilonia. Y, de hecho, allí fue donde los astrónomos neobabilonios calcularon dichos saros. Se cree que fue el astrónomo  Beroso (350-270 a.C.) quien pudo haber descubierto este ciclo.

Los saros, o ciclo de saros, es un periodo de tiempo de 223 lunas (meses sinódicos), lo que equivale a 6585,32 días, que son aproximadamente 18 años, 11 días y 8 horas, tras el cual la Luna y la Tierra regresan aproximadamente a la misma posición en sus órbitas y se pueden repetir los eclipses.

Los sabios babilonios, usando la trigonometría, pusieron por escrito los ciclos en tablillas de arcillas y, como ya hemos comentado, seguramente sería en un viaje a esa zona donde Aglaonice aprendiera dicha trigonometría y regresara a Tesalia con algunas de ellas, por lo que se deduce que sabría leer la escritura cuneiforme. De esta forma, tan solo tenía que leer las fechas y calcular los futuros eclipses.

Una característica peculiar de dichos cálculos era que Aglaonice era capaz de vaticinar de forma precisa los eclipses totales, mucho menos habituales que los parciales, por lo que la creencia por parte de sus contemporáneos de que era una bruja lamentablemente no disminuyó.

Todo eso, unido a que durante siglos su autoridad científica se puso en duda por las ideas transmitidas por Aristóteles sobre la inferioridad intelectual de las mujeres, se prefirió creer en sus supuestos poderes sobrenaturales antes que en su capacidad matemática y de observación celeste. Afortunadamente y gracias al trabajo de los investigadores, hoy podemos poner a la figura de Aglaonice en el lugar de la historia que le corresponde.

Como curiosidad, uno de los cráteres de Venus se llama Aglaonice.

En el amplio ámbito de la exploración del cosmos las mujeres astrónomas han dejado contribuciones destacadas que, a menudo, han quedado eclipsadas o directamente borradas por la historia, dominada casi en exclusiva hasta tiempos recientes por figuras masculinas herederas del pensamiento aristotélico. Sin caer en modas políticas, sino atendiendo únicamente al rigor histórico, en esta serie de artículos os invitamos a acompañarnos en el apasionante mundo de estas mujeres que, a lo largo de la historia y no sin grandes dificultades en la mayoría de los casos, han ido dejando una marca perdurable en el campo de la astronomía. Desde observadoras apasionadas en épocas antiguas, algunas incluso tildadas de brujas como nuestra protagonista de hoy, hasta pioneras contemporáneas que desafiaron las barreras de género, cada artículo resalta el papel esencial desempeñado por estas mujeres en el estudio del cosmos.

Es estos trabajos conoceremos un poco más a estas mujeres astrónomas a través de sus éxitos, sus desafíos y sus descubrimientos. Algunos nombres por fortuna ya son de sobra conocidos, otros sin embargo aún están a la espera de alcanzar el reconocimiento que se merecen. Esperamos que continuéis leyendo con nosotros y disfrutéis de las siguientes entregas.